La Mona de la Catedral de Jaén |
Se ha creído durante mucho tiempo, que la escultura colocada sobre el entablamento
del muro gótico de la parte trasera de
la Catedral de Jaén, podría tratarse de un Bafomet, que estaría dando
carácter sagrado a la greca gótica que presenta el muro, aunque los últimos
estudios apuntan a que pudiera tratarse de un judío, Para los giennenses es
conocida como “la mona”. Esta escultura representa la imagen de una persona
sentada al estilo moro, sujetándose los pies con las manos.
Una vez descrita la escultura, podemos pasar a la leyenda.
Según la tradición a
finales del siglo XIX unos niños que habían oído de sus mayores el
encantamiento maléfico que pesaba sobre
la pequeña figura -lo que
les hacía rehuir este lugar para sus juegos-, por dárselas de
valientes, decidieron cierta tarde bajar
hasta la Plaza de San Francisco y pasar bajo
la imagen demoníaca de la Mona, ante el estupor de las personas que por allí
andaban, pues evitaban tanto mirarla, como pasar cerca de ella. Desoyeron los
niños las asustadas peticiones de aquellas gentes, a las que parecía que les
iba en ello la propia vida, y primero más retraídos y después más resueltos,
pasaron una y otra vez bajo la adusta silueta
de aquella imagen a
la que, una vez se hubieron
desinhibido totalmente, le proferían
insultos y gestos soeces. De
vuelta a su Barrio, los niños fueron recibidos como héroes por la chiquillería,
y sobre todo por las niñas. Enterados sus padres, les recriminaron duramente su
actitud y les prohibieron volver por allí.
Días más tarde hicieron una nueva visita a
la Plaza en compañía de aquellos que dudaban de su anterior bravura. Una vez
llegados al lugar,
se pavonearon de su valentía, mientras que algunos de
ellos permanecían un tanto alejados para no verse sometidos a la maldición de
la Mona. Fue entonces cuando el más envalentonado por las miradas de admiración
de los que se encontraban más lejos,
hizo alarde de su inconsciencia y tomó varias piedras del suelo, lanzándolas contra la imagen del judío, hasta
que una de ellas impactó contra la nariz, mutilándola. El miedo y admiración se
apoderaron de los presentes cuando
vieron que, a los pocos minutos, aquel
niño comenzaba a sudar y a sentir escalofríos. De vuelta a la casa, los padres
llamaron al médico. Este le aplicó ungüentos y le dio medicamentos, pero
el niño, lejos
de mejorar, se convulsionaba
en la cama
entre gritos. Cuando amaneció,
dejaron de escucharse los gritos. Ahora eran sollozos los que salían de la casa.
Eran los de la madre, viendo el cuerpo sin vida de su hijo.
ohh que bonito
ResponderEliminarque pena..
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